Sobre Reinicios Metáforas y Otras Cuestiones no Formateables

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Esto empieza más o menos así. Era una tarde tranquila; este servidor navegaba tratando -y fracasando estrepitosamente- de trasladar esa tranquilidad vespertina, en los textos que volcaba en Twitter, cuando ese fracaso parcial se tornó definitivo. Una querida y bella amiga mexicana colgó un tuit que decía: «Cantar Don’t Give Up como forma de resetearse». Siempre son extraños los caminos que la memoria elige para su regreso. La mía me llevó a la canción de Peter Gabriel con Kate Bush, un bonito tema en cuyo video ambos bailaban abrazados. Recordé que la cámara tomaba de frente al que cantaba mientras se veía la espalda del otro; de golpe, Antes de la parte que tenía que cantar el otro cantante, la cámara se detenía, ellos giraban en ese baile y el próximo en cantar quedaba frente a la cámara.

Creo que casi toda canción, que conocemos se asocia en nuestra memoria al recuerdo; Yo fui a los míos y en ese primer pantallazo con el que la memoria actúa, al menos, no encontré algo que se pareciera mucho a un reinicio. Azuzado por una falla perceptiva y por dos prejuicios de los que hablaré en breve, me metí en el TL de mi amiga para escribir: “¿Eso no es más bien un restaurar el sistema con fecha 1989?”. Mi amiga, tan inteligente como bella, o incluso más; me contestó escuetamente “No”.

Influenciado por uno de esos dos prejuicios a los que referí antes, traté de indagar en mí, por qué esa canción no funcionaba cómo “reinicio”. Mas apresurado que asertivo le escribí a mi amiga “Un tema viejo, a mí, no me funciona como reinicio”. No tenía la mínima lógica lo yo que decía… mi amiga me lo hizo saber. Traté de aclarar y no hice más que empeorar mi punto con “Excepto que se trate de un tema de jazz o un blues”. Mi amiga, mexicana ella, ya lo dije, fiel a esa estirpe de boxeadores que su patria sabe dar; esos noqueadores que cuando ven sangre en el rival van y  buscan ciegamente el nocaut, vio que a mis argumentos le temblaban las piernas y vino a noquearlos, claro. “Sigue sin tener sentido lo que dices”, me dijo. Le respondí: “Es verdad, tampoco a mí me cierra del todo lo que estoy diciendo”.

Se sobrentiende que cuando uno habla en primera persona lo hace a nombre propio y en base a su experiencia empírica. Sin embargo, cuando uno no sabe cómo funcionan los interrogantes en los demás; se impone echar un poco de luz sobre los procesos de cuestionamientos internos. Me reconozco maniático. Es decir, soy “ese” tipo de maniáticos que necesita escribir un ensayo como este para entender que, en otro contexto, con una experiencia empírica inevitablemente diferente a la propia, con una realidad desarrollada a miles de kilómetros de dónde se desarrolla la mía… un reinicio le funciona a otro y no me funcione a mí. Y discernir, además qué es lo que sería o no un reinicio en lo que a experiencia personal se refiere.

Pero para no andar desordenados, se impone que aclare la falla perceptiva y los dos prejuicios de los que ya hablé. Para eso, y valiéndonos para ello de las metáforas informáticas, necesitamos una actualización de la página, vamos entonces por un “Refresh”.

Refresh

El primer indicio de que en algo estaba equivocado me lo daba mi propia memoria. Repentinamente, cuando traté de asociar la canción a un recuerdo personal, la memoria de mi procesador interno (léase cerebro) me llevo a una señorita de la que estuve enamorado cuando yo tenía escasamente 16 o 17 años, no más que eso. La fortuna de haber nacido en una fecha redonda (1970) hacía que, rápidamente, pudiera fijar entonces el año del recuerdo personal entre 1986 o 1987. LA fecha de 1989 de la que le había hablado a mi amiga no podía ser cierta. El tema era anterior a lo que yo supuse en primera instancia. Pero la falla de percepción no era esa. Cuando busqué el tuit de mi amiga para empezar esta maniática y vanidosa autorefutación, recién pude advertir que mi amiga hablaba de “Cantar” la canción como forma de resetearse… cantar. La chica dijo cantar y durante varios días en los que pensaba cómo dar forma a este texto, yo siempre creí que ella había hablado de escuchar. De hecho, todo lo que hablé con ella, incluso, era siempre pensando que se trataba de usar el tema como reinicio; pero escuchándolo.

Me encontraba entonces ante dos alternativas; decir simplemente: “Ah, hablábamos de dos hechos diferentes, así que no hace falta indagar nada dentro de mí y cerramos la cuestión acá”. Esa hubiera sido la opción más lógica y sana. Pero si la hubiese tomado, este texto no estaría ahora bajo la lectura de sus ojos. Tomé la otra opción, claro. Cuando una duda me surge, nunca me detengo hasta resolverla. Y si la duda me sucede, de la cabeza puertas adentro, pues difícil que no vaya por la piedra que provocó el alud.

Ahora vamos por los dos prejuicios que me ayudaron –junto a mi dislexia- a meterme solito y solo en el lodazal de las indagaciones propias.

En el año 2007, y debido a cuestiones laborales, un profesor de la Universidad de Barcelona vino a Bs As a dar unas conferencias auspiciado por la fundación Tzedaká. Manuel Cruz, profesor de la Universidad de Barcelona y filósofo, nos hablo de metáforas informáticas aplicables en nuestra vida diaria. El tipo nos hablo circunspectamente (me hubiera gustado que lo expresara con menos acartonamiento) acerca de qué vendría a ser un reinicio, un restaurar el sistema y la opción más radical de todas, un formateo; comparados análogamente con la vida de las personas. El tipo dio varias definiciones que no vienen ahora al caso. Pero ese conocimiento previo hizo que yo asociara lo que mi amiga decía, no a un reinicio, sino a un restaurar el sistema a  una fecha determinada.

Pensé en aquel momento del cruce de tuits, e incluso durante unos días más, que yo rechazaba al tema como reinicio por asociarlo a una etapa determinada de mi vida. Y que estando esta etapa cerrada en el recuerdo, volver sobre la canción no funcionaría como “Reset”, puesto que no necesitaba volver a ese punto de inicio… “¿Por qué volver a un archivo que está cerrado?” pensaba. Y aquí intervenía en mi forma de cuestionarme el segundo prejuicio adquirido. No es fácil de explicar. Digamos que me duele, en cierto modo, las formas de la nostalgia ajena. ¿Raro no? Veamos si puedo expresarlo mejor. Soy de los que cree que lo único permanente en la vida de las personas son los cambios. Siento como una necedad esa frase, esa deseo egoísta que algunos expresan de este modo: “No cambies nunca”. ¡Vaya tontería! Pero para algunos eso es una panacea. He notado que muchos de mis compañeros de la secundaria, algunos compañeros de trabajo, primos y primas contemporáneos de mi edad suelen decir “Ah, la música de nuestra época era la mejor, ya no se hace música así”. Y a mí me agarra un ataque de caspa cuando los escucho. En principio porque siento que esta es una etapa de la historia de la música mucho más rica en variantes y calidad que la de muchas otras décadas recientemente acontecidas. No voy a detenerme a explicar las razones de por qué pienso esto, baste decir que tiene que ver con el cambio de condiciones de la industria discográfica y los nuevos medios de comunicación masivos a través de la red. Pero, principalmente, no voy a detenerme en razones estéticas; porque lo que lleva a mis amigos decir eso acerca de la música de su tiempo, no son razones estéticas, sino emocionales. Esos mismos amigos, consultados acerca de las mejores bandas de rock de estos momentos, ignoran total y absolutamente las bandas que han surgido en los últimos años, para ellos las bandas actuales siguen siendo U2, los Rolling Stones y AC/DC y Metállica en el mejor de los casos. Algunos mencionan conocer, escuetamente, a Nirvana o a Pearl Jam, como si fueran bandas recientemente lanzadas. Esto no se trata de snobismo; con algunos de esos muchachos nos desvivíamos por ser los primeros en tener los discos recién editados de The Cure, Jesus & Mary Chains o Lloyd Cole & The Conmotions… y cuando los veo escuchar solamente la música que escuchaban cuando teníamos menos de veinte, no me queda más que preguntarme ¿Qué pasó con ellos y su deseo de conocer lo nuevo, lo que surge ahora?

Sé lo que están pensando “¿No es esto esnobismo?”. Siento que no, porque no es interés sólo por lo novedoso, estoy hablando de escuchar, al menos, la música que escuchan sus hijos. Una de las experiencias más maravillosas que me ha dado la vida es compartir gustos musicales con mis dos hijas adolescentes (18 y 15); que nos compartamos música, que no termine de llegar del trabajo y me digan “Tenés que escuchar el último tema de Muse, o de Arctic Monkeys, o de Tindersticks, o de Yo La Tengo” y la satisfacción –algunas veces- de decirles: “Jeh, mirá, ya lo bajé”. Que llegue una banda como Papá Roach o Nightwish y planeemos ir juntos a esos recitales. Sé también que algunos pensarán, “Mirá, el viejo choto este haciéndose el pendejo”. Pero hecho el respectivo autoanálisis, no he descubierto en mí el deseo de pretender retener el tiempo. Soy un adulto responsable, tengo un trabajo que puede considerarse serio y en el que me desempeño con éxito. Pero no puedo condescender a perder la postura ética/estética del Rock and Roll. Ni siquiera entiendo que pueda relacionarse esto a una cuestión relacionada al proceso madurativo de las personas

Por eso, cuando escucho a alguien hablar bien de una época determinada de su música (que sé, está relacionada a su juventud) o una canción, como en el caso de mi amiga mexicana… me surge lo prejuicioso que soy al respecto para decir “la vida está acá en el presente, no el pasado. Pero, insisto, este es un prejuicio personal. No necesariamente implica que funcione igual en todas las personas. Y puede haber personas que disfruten perfectamente de la música de la actualidad como de la de su juventud. Y que esto no tenga ninguna relación con sus procesos madurativos o sus deseos de relacionar como mejor, a determinada “estética” por haber correspondido a la estética vigente en sus respectivas juventudes.

Bien, hecha hasta demasiado largueramente, la explicación de la falla perceptiva, y de los dos prejuicios que me llevaron al lodazal, tengo que buscar ahora la forma de salir de él. Y para eso necesitamos un…

Restart (Reinicio)

Aquí debo introducir a otra amiga. Una que suele decirme que no le gustan los ensayos porque ella necesita que haya una historia a la cual seguir; que, como los ensayos carecen de historia, son aburridos y por lo tanto difíciles de seguir. La sugerencia de mi amiga es que en todo ensayo haya una historia que poder seguir para que uno no pierda las ganas de permanecer en la lectura. Me temo que quizá sea ya un poco tarde para eso, pero vamos ahora a introducir una historia para que sea más llevadero arribar al fin de estas vanidosas negaciones

Recordarán que todo esto empezó con el famoso tema “Don’t Give Up” de Peter Gabriel y Kate Bush. Recordarán también que me di cuenta del error de la cronología por haberlo relacionado a un recuerdo personal que situé entre 1986 y 1987. En los bailes y fiestas de aquella época, había algo que se ha perdido en las actuales, la parte de los lentos. Los lentos, la parte de los temas románticos donde uno tomaba a la chica por la cintura y ella nos tomaba por los hombros. Los varones amábamos ese momento, pero al mismo tiempo le teníamos un julepe terrible. En especial en esa edad (recuerden, tenía 16), en lo que la experiencia en el trato con el otro género era poco menos que escasa. Los lentos se pasaban generalmente un poco antes del final del baile; Uno tenía que planear estratégicamente los tiempos, a fin de estar bailando justo con la chica adecuada en el momento justo en que los lentos comenzaban. Ese exacto momento era uno de los más vertiginosos y excitantes que recuerde de mi vida… era terrible, la tensión máxima, si en la pista había cien parejas bailando, al poner los lentos, con fortuna quedaban treinta parejas bailando. Es decir, al llegar ese momento, el 70 % de las chicas decía más o menos lo mismo: “Esteee, estoy cansada, ¿Sabes?, me disculpas” y el varón quedaba con los brazos extendidos en vano ante la vista y el escarnio de todos los amigos que, desde fuera de la pista, estaban esperando exactamente ese instante para reírse de los decepcionados muchachos que eran rechazados por las féminas. Pero el 30 % de los muchachos recibía la aceptación… y ese era un momento supremo, uno se sentía el rey del universo, podía desatarse una guerra mundial y ni siquiera preocuparse por eso. De todos modos, las chicas daban esa aceptación con una expresión de “Bueno, si no queda otra”. Y allí empezaba la otra etapa, uno trataba de que las manos lograran recorrer el mayor camino posible en la cintura de la pareja. Y allí podían pasar dos cosas, que la chica accediera y uno, con el transcurrir de las canciones pudiera abrazar completamente la cintura de la niña (casi la gloria total) o que la chica pusiera los codos en tus costillas y empujara hacia afuera de tal modo que sólo la puntas de tus dedos quedaran apoyados sobre la cintura de ella. En tales casos, uno era víctima de las burlas de otros ocasionales bailarines que pasaban sonrientes y decían: “Eh, por ahí pasa un tren, jah”, en referencia a la distancia que había entre uno y su pareja. Pero habrán notado que en los paréntesis del párrafo de arriba hablé de “Casi” la gloria total; y esto es porque había una instancia que era la Gloria Absoluta; y esto ocurría cuando uno no sólo lograba juntar las manos tras la espalda de la muchacha, sino cuando, además de quedar totalmente abrazada a ti, ella solía recostar su cabeza sobre el hombro de uno. Era tan raro que algo así pasara… pero cuando ocurría, ay, ay, ay… eso sí era lo que dije: la Gloria Absoluta.

Don’t Give Up, a pesar de que su letra no tiene nada de romanticismo, era uno de los temas que se pasaban en la tanda de lentos de aquella época. En esa época, que transcurrió entre el invierno de 1986 y el verano de 1987, yo tenía dieciséis años y estaba enamorado de una chica de catorce que era, como dice un poema de un autor que no recuerdo: “Ella era para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé”. A esa tímida edad, uno se enamora más bien de un ideal que de la otra persona. Recuerdo su nombre, se llamaba Ruth. Recuerdo sus enormes ojos negros, su precioso pelo negro y una tez blanca mate en la que yo soñaba el devenir de las caricias de mis manos. Mis manos, que en varios bailes se habían juntado en su espalda en cada tanda de lentos. Su pelo nigérrimo, que había visto a un escaso centímetro de mis ojos por haber ella recostado su cabeza en mi hombro cuando bailamos el tema de Peter Gabriel, entre otros; pero para entrar en esta historia, es necesario un…

Restore the System (Fecha 1986/1987)

Todos los amigos de aquel entonces me insistían en que ella estaba enamorada de mí, todos me decían “¿No te das cuenta como baila lentos con vos?”. Era verdad, los indicadores de los que hablé en la sección anterior, eran una buena señal para saber que la chica en la que uno estaba interesado, también estaba interesado en uno. Pero cuando uno tiene dieciséis suele ser tan tonto, tan miedoso. No recuerdo durante cuántos bailes se repitieron aquellas prodigiosas señales y no me decidía a decirle nada. No eran mis primeras armas, ya había transcurrido por dos noviecitas anteriores. Pero en ambos casos, las dos eran de mayor edad que la mía, y a ambas habían asumido el protagonismo a la hora de las declaraciones. De hecho, a una la había aceptado sólo por contar con experiencia en enseñar a besar. Y me temo, debo confesarlo, que ella había hecho un pésimo trabajo como profesora o yo como alumno, difícil discernirlo.

Pero volviendo a Ruth, luego de meses en que me dormía poniendo en el reproductor de cintas, los lentos que bailábamos juntos, me decidí finalmente a hablarle. Bueno, hablarle es un decir. Sabedor de mis limitaciones, en lugar de hablarle, decidí escribirle una carta. En verdad no recuerdo nada de lo que le escribí en ella, pero supongo que no es algo demasiado importante. En un baile, luego de compartir las piezas de lentos como lo habíamos hecho en los meses previos, esperé hasta la última pieza, hasta el momento en que los lentos terminaran, para entregarle mi carta. Sin esperar respuesta me retiré y me junté con mi grupo de amigos que conocían lo que había tramado hacer. Me faltaba el resto del plan; había planeado la ejecución hasta allí… no tenía idea de que pasaría a partir de allí, ni de que hacer yo mismo respecto de la situación. Me moría de la vergüenza, recuerdo que ella se juntó con otra amiga y se fue al baño. Recuerdo que ella volvió y debo haber tardado más de veinte minutos en animarme a mirar hacia dónde ella estaba. Recuerdo su sonrisa, enorme, perfectamente dirigida a mis ojos y que me hacía suponer que no le había desagradado del todo el contenido de mi carta. Recuerdo las risas de las chicas que la rodeaban a ella, las risas y palmadas de mis amigos tras de mí… y recuerdo, nuevamente, esa sensación horrible que significaba el “¿Y qué carajo se supone que deba hacer ahora?”

Desfragmentar Disco

Bien, otra vez caí en la trampa de mis contradicciones. Se suponía que el tema de Peter Gabriel no podía lograr un reinicio en mí y resulta que estoy en una desfragmentación de disco luego de haber pasado por una restauración de sistema, justamente de lo que acusaba a mi amiga. Yo suponía que (amparado en el prejuicio del cual hablé) escuchar una canción vieja no me funcionaba como un reinicio. Suponía que las etapas cerradas de la vida ahí se quedan, y que si uno tiene el recuerdo comulgado en la memoria, que si ese recuerdo no duele y hasta causa sonrisas e ternura pr la inocencia perdida; una canción referida a esa época no debería lograr evocar nostalgia ni melancolía en relación a esa época. Y en realidad uno debe reconocer que los atajos de la memoria, las contraseñas con las que encripta los archivos del pasado, no necesariamente se relacionan a una canción, o lo que la canción significa en la historia personal. Pensaba, falsamente, que sólo podía darme una sensación de reinicio una canción que estuviera más relacionada con algún recuerdo que todavía doliera. Y esto podía ser con un tema de Chet Baker, por caso, como por uno de Radiohead o Massive Attack. ¿Pero esos viejos temas lentos de la feliz y pura etapa de la adolescencia?

Los amigos y amigas que eran cercanos a ella me dijeron que estaba contenta. Y me invitaron a una fiesta en la que ella planeaba darme una respuesta. Es imposible no recordar las ansias con las que fui a aquella fiesta, nunca me había sentido ni más pleno ni más feliz. Luego de estar dos horas en la fiesta y no verla por ningún lado; me empecé a desesperar. Finalmente me encontré con una chica que me dijo:

-Ruth no va a venir. No pudo.

Sentí que el alma se me derretía, parece que la chica lo notó y se apresuró a decir.

-Tengo algo para vos. Me dio una carta para que te entregue.

La carta fue una especie de tesoro, de talismán. En ella me explicaba que, inesperadamente, su familia la había mandado a vacacionar (estábamos ya en Diciembre) a lo de su tía en Mar del Plata y que retornaría recién en Febrero. Pero también me revelaba que sentía por mí lo mismo que yo por ella y que luego de volver de la casa de su tía empezaríamos a “Salir”. Salir, era como le decíamos entonces tener una relación romántica que fuera el paso previo a un noviazgo.

La sensación fue ambigua, por un lado la felicidad de ver confirmado que lo que yo sentía por ella era correspondido. Pero por otro, ese tener que esperar más de dos meses hasta verla me parecía un castigo doloroso.

Con todo, viví aquel tiempo con la esperanza en el corazón. Tenía el recuerdo de los lentos y esa carta escrita sobre un papel azul que corroboraba la dirección de mis ansias. También recuerdo que me sabían a tan poco sus palabras “Siento lo mismo” me decía. “Cuando vuelva salimos” era la escueta promesa. No hablaba de amor, ni de romance, ni de pasión ni de nada de lo que yo recordaba haber escrito en mi carta. Me consolaba diciéndome que la chica no tenía por qué ser expresiva por escrito, que ya se expresaría mejor cuando nos reencontráramos.

En Febrero, cuando mi ansiedad había llegado a un peligroso límite. Me encontré con unos amigos que vivían cerca de su casa y con lo inesperado. “Cómo, no sabías, hace como un mes que Ruth volvió”. Sentí una estaca en mi inexperto corazón. Pero después pensé, claro, cómo iba a avisarme. En aquella época ni teléfono de línea teníamos. Me dispuse a ir al siguiente baile donde di por descontado que ella estaría.

Y estuvo. Me saludó fríamente y me esquivó casi todo el tiempo. Yo no entendía nada. Cuando ya sabía que llegaría el tiempo de los lentos fui a hablarle, ella estaba sentada al lado de un muchacho mucho más grande que ella y que yo, el muchacho, un rubio pelilargo, debía de contar fácilmente unos veinte años. Cuando fui a sacarla a bailar su respuesta fue un “No, gracias”. Mis amigos, que en otra circunstancia se hubieran reído, se apercibieron de mi dolor y condescendieron de él, ninguno se rió y todos estuvieron prestos a consolarme. Cuando arrancaron los lentos, Ruth salió a bailar con el pelilargo rubio de veinte. Al segundo tema salieron juntos de la pista hacia afuera. No debí salir a corroborar nada, peo la curiosidad pudo más. Salí exactamente cuando los ví meterse ansiosamente en un Fiat 600, el auto de él, supongo. Volví adentro, en la pista todavía sonaban los lentos… recuerdo que el de Peter Gabriel fue uno, lo recuerdo claramente porque me resultaba enormemente irónico el estribillo, ese “Don’t give up” parecía una burla cruel.

Format (Dar Formato)

Las metáforas informáticas funcionan en la vida en la medida que las aceptamos como tales. Supuestamente, la canción hacía referencia a una parte de mi vida que uno cree ya formateada. Si el recuerdo ya no duele, se supone, está dentro de los procesos que uno ya tiene adquiridos de tal modo que conforman parte integrada de la psique. Una canción, un olor, una película que recuerden una etapa o una serie de eventos, o un solo evento de nuestra vida, no significa un reinicio del proceso, ni la restauración del sistema a una fecha determinada, y tampoco existe en la vida de las personas algo que semeje al formateo de una máquina. Las metáforas informáticas aplicadas a la vida de las personas, y en especial a nuestra psique, son sólo una expresión de deseo. Ahora bien, si se utiliza una canción, sea cantándola o escuchándola, para llegar a nuestro hogar y bajar la ansiedad, comulgar con el vértigo diario y dar un paso al costado y mirarse el alma. Si a eso puede llamársele un reinicio, entonces la metáfora funciona y bienvenido sea el reiniciarse. Pero algo no debe escapársenos; creemos en las metáforas por el poder que les otorgamos, por lo simbólico que aceptamos en ellas y lo que ellas representan.  Porque la verdad muestra que la realidad, definitivamente, nos guste o no, habita siempre afuera de las metáforas.