De Las Cosas Maravillosas; texto de Adolfo Bioy Casares

Mientras recorre la vida, el hombre anhela cosas maravillosas y cuando las cree a su alcance trata de obtenerlas. Ese impulso y el de seguir viviendo se parecen mucho.

Nuestro mundo es implacable, pero abunda en cosas maravillosas. Haré, al azar, una lista: un rostro de mujer; la libertad para el que está preso; la salud para quien está enfermo; algo que ve un chico en una juguetería; un cambio de luz después de la lluvia, que infunde intensidad a los colores de la tarde; una música; un poema; un premio inesperado; para algunos, por extraño que parezca, la esperanza de escribir una buena historia… Son tantas las cosas maravillosas, y tan variadas, que su enumeración resulta siempre insatisfactoria. por si fuera poco abarcarlas todas, intentaré una clasificación.

Hay cosas que son maravillosas antes de la posesión, cosas que lo son durante y cosas que lo son después. A lo mejor esas tres modalidades podrían combinarse con cuatro más: cosas que lo son antes y durante, antes y después; durante y después; antes, durante y después.

De las enumeradas en el párrafo anterior, las primeras suelen ser nada más que ilusiones; pero no cabe ignorarlas porque promueven la mayor parte de la actividad humana y porque, antes de la posesión, realmente son maravillosas.

Daré unos ejemplos:
Alguien piensa que si lo aprueban en tal examen, o si consigue tal título, o tal puesto, ya está seguro.
Un muchacho soñaba con poner una hostería al borde de una ruta. Encontró un socio y pudo convertir el sueño en realidad. El socio robó; el personal robó; se enredó en pleitos; finalmente lo asaltaron y por poco lo matan.
Durante años una casa rodante fue para mí la solución universal en materia de vivienda y turismo, hasta el día en que la compré y emprendí el más engorroso viaje de que tengo memoria.
A un consocio del club de tenis le llegó la hora de premiar con un viaje a Europa su larga vida de trabajo. Se daría por fin el gusto de conocer el prestigioso mundo del que tanto le habían hablado… Para ese hombre de carácter alegre, parejo y animoso, aterrizar en Francia, en Cannes, y entristecer, fue todo uno. Se armó de coraje e inició el trayecto planeado, pero a escasos kilómetros, en San Remo, se deprimió aún más y comprendió que le quedaba un solo camino: el del regreso a Buenos Aires. Cuando me encontré con él, le pregunté qué le había pasado.

-Te explico -me dijo-. No me hallaba.

A esas tres palabras, repetidas en tono quejoso, redujo la explicación. Alguien que estaba oyendo comentó después que probablemente lo peor para nuestro amigo fue no encontrar en Europa gente que le dijera, como en el club:

«Buenas, don Carlos».

Los que emigran

Una situación análoga, pero auténticamente dura, suelen atravesar quienes emigran. Antes del viaje, el país al que irán es la imagen de la felicidad y de la abundancia, donde el que se deja llevar por la corriente hace fortuna. Parece probable que sufran más de una desilusión. En todo país hay xenófobos que piensan como el de los versitos:

“Que al pan le llamen pan / y al vino, ven / está bien, / pero al sombrero chapó / la p… que los p…”

Entre las cosas maravillosas que se manifiestan en la posesión algunas duran toda la vida, otras un instante. Durables: La lectura, el estudio, la composición literaria, la composición y ejecución musicales. La pintura. La escultura, la práctica de juegos como el ajedrez o los deportes.

Fugaces: luego de una larga ausencia, en el primer despertar del campo, la luz del día en las hendijas de la ventana; en medio de la noche, despertar cuando el tren para en una estación y oír desde la cama del compartimiento la voz de gente que habla en el andén; al cabo de unos días de navegación tormentosa, despertar una mañana en el barco inmóvil, acercarse al ojo de buey y ver el puerto de una ciudad desconocida; el olor de ciertas pelotas de tenis; el olor del pan que tuestan a la hora del té; el olor del pasto recién cortado. Si recuerdo que la muerte significará no volver a pasar por Ninguno de estos momentos, moriré con desconsuelo.

Ocasionalmente la nostalgia refuerza la fascinación de estas cosas. Años atrás, una noche, en una calle de Londres, vi a un indivudio de galera y traje de cola, que bailaba, tocaba la guitarra y cantaba Bottons and Bows; todavía, cuando oigo esa música, siento un particular encanto. Nadie se extrañe. Una muchacha que, entre sollozos, me dijo que había perdido al padre,valientemente se sobrepuso para agregar:

-Por suerte pudimos cumplir su voluntad. Como teníamos el disco, mi padre murió oyendo Cèra una volta un piccolo navio.

 

Viajes y Trabajos

Creo que el viaje es un buen ejemplo de cosas maravillosas antes y después de la posesión. Los habrá, sin duda, maravillosos antes, mientras y después, pero la verdad es que el viaje propiamente dicho mantiene, a través de los años y a pesar de tanta invención extraordinaria, algo de su prístina dureza. No por nada viajes y trabajos fueron sinónimos (como en Los trabajos de Persiles y Segismunda). Es claro que en el recuerdo las ansiedades, las esperas y más de un mal momento se convierten en risueñas aventuras en las que fuimos protagonistas.

No todas las cosas maravillosas lo son para todo el mundo. Hay coleccionistas para quienes las estampillas, los automóviles viejos, las pequeñas botellas de bebidas alcohólicas, son maravillosas; las cajas de fósforos, los objetos de arte de particular fealdad, los huacos, pueden serlo para exquisitos. Cuando yo era chico acompañé  ami padre a visitar a un vecino que nos mostró una colección de monedas y medallas. Casi todas eran de bronce oscuro o de algún metal blanco (no sé si plata) sin brillo. Espero que el señor aquél no haya notado hasta que punto su preciosa colección me pareció triste.

Existen individuos a quienes los más dispares objetos se les vuelven maravillosos a lo largo de la vida. Conocí a uno que en la infancia tuvo por maravillosas las aventuras de Dick Turpin y luego se pasó a las tarjetas postales de barcos; en la adolescencia volcó un apasionado interés en los automóviles Auburn y, ya hombre, introdujo en la serie a una generosa media docena de señoras y señoritas.

Me gustaría creer que esta reflexión sobre las cosas maravillosas nos ayude a conocernos mejor o siquiera nos recuerde a qué grupo humano pertenecemos. Al de quienes buscan lo que deja de ser maravilloso en la posesión; o al de quienes buscan lo que deja de ser maravilloso en la posesión y continúa siéndolo después. El afán de los primeros puede construir o destruir, pero en definitiva favorece a la sociedad; el de los segundos también puede construir o destruir, pero ante todo es una fuente de dicha para el individuo. Más vale que de esto no se enteren los del primer grupo, el de los hombres de acción. En su carrera tras el fascinante espejismo de las ilusiones –comparable, por el desenlace, con el vuelo del zángano- erigieron, piedra sobre piedra, nuestra civilización de Occidente. Sea o no la mejor, sospecho que por estar cifrada en la actividad, conviene a muchos que sin afanes y ocupaciones tal vez aguantarían mal esta vida cuyo sentido no siempre parece claro.